Sueños · La hora de todos · Discurso de todos los diablos

$ 198.00
ISBN: 9789684520622
Tipo: Impreso
ISBN: 9789684520622
Editorial: Editorial Porrúa
Autor: Quevedo y Villegas, Francisco de
Año de edición: 1993
Edición: 3
N° Páginas: 184
Tipo de pasta: Pasta blanda
Descripción: Quien pensara hallar en los Sueños de Francisco de Quevedo un laberinto de imágenes y símbolos oníricos, un país de nebulosos y fantásticos paisajes, un mundo en fin donde la realidad objetiva perdiese sentido y sólo existiera para el visionario un mágico ámbito interior; quien pensara encontrar una auténtica expresión de sueños, se decepcionaría casi de inmediato. Los Sueños tienen muy poco -casi nada- de "sueños" en el significado preciso de la palabra. No los caracteriza la fantasía. Los llamó así para entronar con la tradición poética de antiquísima estirpe, en la que Dante, Alighieri no es sino el más universal eslabón. Están dentro del espíritu de la época. Los grandes temas del barroco -se ha dicho muchas veces-, son la muerte y la locura, el sueño y la comedia; es decir, la búsqueda angustiada de la realidad escondida bajo de las apariencias. En este aspecto, los sueños de Quevedo, como toda su obra, revelan su insaciable afán por hallar una roca firme de dónde asirse. No siendo sueños en el sentido propiamente onírico, son en cambio el pretexto literario para disparar una tremenda descarga satírica contra el mundo que le rodeaba. Primero pone al descubierto las lacras más inmediatas, la corrupción que se extendía por todos los sectores y estratos de la sociedad coetánea. Después trasciende la sátira a la condición misma del hombre. Lo que encuentra en ella es la hipocresía. Si una de las más importantes funciones del escritor en la sociedad es llegar a ser una conciencia de la misma, pocos la cumplieron tan cabalmente como Quevedo en ¡a suya. Tener conciencia de algo no es sólo reflejarlo con pretensiones objetivas, sino criticarlo, esto es, analizarlo, valorarlo y en último término juzgarlo. Esto hizo el satírico. Pero tener conciencia de un hecho no siempre significa estar bien orientado en la dirección del devenir histórico. Quevedo, por ejemplo, tenía plena conciencia de que la España del siglo XVII que le tocó vivir no era más que una sombra: "Hay muchas cosas -escriben 1645- que pareciendo que existen y tienen ser, ya no son nada sino un vocablo y una figura"; pero no pensaba tanto que fuera así por lo que se cree hoy -por haberse petrificado en el pasado-, sino precisamente por lo contrario, es decir, por haberse abierto a lo que se suele llamar progreso. A España se la definió alguna vez como la tierra de los antepasados. Y ése es también el espíritu de Quevedo.
  • Idioma: Español
  • Libro: Original impreso
  • Nuevo y sellado