Discurso a modo de conversación interior, o con un lector muy cercano, a propósito de unas pinturas; unos retratos, unas naturalezas muertas, o pinturas de cosas, pero también en torno a otras mucha cuestiones de ayer, es decir, del siglo xvii que es de donde parte el discurso y del que se traza igualmente un paisaje interior y de hoy mismo. Pero no se trata más que de conversar. El libro no quiere tener ninguna auctoritas, sino ser una confidencia y provocar los adentros del lector. Los grandes asuntos que por él cruzan se abordan como en un susurro o una leve ironía, de la manera que también lo hacen, o insinúan, las pinturas que en el libro se invocan. Porque se trata de ver, oír y estarse ante ellas o los acaeceres, las palabras, la fiebre y la esperanza que fabrican mundos, la alegría, el tinglado político o cultural mismos, como ante el amor de la lumbre, o ante una copa de vino y un plato de barquillos, como en El Bodegón de los barquillos de Baugin, o en la penumbra de una iglesia como las de Pieter Saenredam, cuando fuera hay canícula y mucho ruido. Porque se trata de ser un libro de silencio.