Las humanidades y las artes en educación ¿por qué son necesarias?

Las humanidades y las artes en educación ¿por qué son necesarias?

Las humanidades y las artes en educación ¿por qué son necesarias?

por Uriel A. Cárdenas A.


En el año 2015, el ministro de educación de Japón, Hakubun Shimomura, se dirigió 86 universidades de su país para hacer una petición: cerrar facultades de ciencias sociales y humanidades y, en su reemplazo, abrir carreras que “respondan mejor a las necesidades de la sociedad”. Por su parte, Martha Nussbaum, quien ha trabajado de modo incansable desde 1997, cuando publicó Cultivating Humanity, ha intentado sustentar de manera histórica y filosófica el significado de la formación humanista, con consecuencias como la defensa de la educación filosófica, filológica, histórica, política y ética, entre otras.

Se trata de dos posturas evidentemente encontradas. En una, prima la noción de eficacia y eficiencia financiera como soporte para las decisiones relacionadas con programas y estrategias educativas; sin duda, sobresale una orientación de rentabilidad educativa. Se trata, en tal determinación, de la sumisión de los empeños educativos a un criterio de ganancia y poca pérdida que, por lo demás, está más cerca del quehacer de las empresas y las industrias, que de la misión de las escuelas y universidades.

En contraparte, en una lucha enconada contra el derrotero financiero, se pronuncian voces y se emprenden campañas en favor de la reivindicación del sentido de los procesos educativos para la consolidación de un humanismo reclamado. Y a pesar de ello, una expresión como la manifiesta en el título de un libro de Nussbaum Sin ánimo de lucro, parece corresponder a la nueva versión del anatema o la herejía contra el puesto sagrado que se viene posicionando en un capitalismo acérrimo, en un demanda de efectividad economicista que no da lugar a todos, ni en todos los frentes.

La tensión no es entre representantes de estos dos países. Ya Boaventura de Soussa Santos exclamaba que “temas como la eficiencia, la competencia, choice y accountability ganaron centralidad en la agenda educativa”. Y la ganaron en todas partes al exigirse una “rendición de cuentas” que parece corresponder a una verificación de compromisos establecidos, cifras necesitadas o temas concluidos, como: número de establecimientos educativos para favorecer la educación a niños y jóvenes, estrategias de formación para docentes en servicio, número efectivo de profesores de tiempo completo con doctorado (a quienes ya se insinúa la dificultad económica para reconocer su sabiduría y trabajo), cobertura de jóvenes que ingresan en la educación básica, media y superior, y uno que otro estudio acucioso para entender las razones de su abandono, datos precisos sobre graduados (en el menor tiempo posible devenido por el acortamiento de algunas carreras sin mayor justificación educativa), entre otros.

En esta suerte de imbricaciones, ¿dónde queda la inquietud por el valor del diálogo, el encuentro y la construcción conjunta? ¿Qué consecuencias se derivan de los procesos educativos cuando hay abandono, explícito o implícito, de las condiciones éticas, políticas, estéticas, históricas, legales y económicas? ¿Qué deviene para una apuesta de paz si se desconoce el reconocimiento del otro, la in equidad y la violencia? ¿Cuál es el valor de la reflexión, la discusión y la formulación de aportes para brindar soluciones a problemas apremiantes como el extremo individualismo, las masacres, el abandono, la exclusión y todas las formas de agresión en las cuales Colombia  tiene por desgracia gran experiencia?

Esta suerte de realidades e inquietudes motivan a la Revista Magisterio para escuchar voces de estudiantes, directivos y docentes sobre las conexiones entre educación y humanismo.



artículo extraído de Revista Magisterio #89